Alocución Cardenal Antonio María Rouco Varela, Arzobispo Emérito de Madrid, antes de la Toma de Posesión de Monseñor Carlos Osoro Sierra como Arzobispo de Madrid

Hoy, en esta celebración solemne de la Liturgia Eucarística, se va a renovar una vez más el don de la sucesión apostólica para nuestra muy querida Archidiócesis de Madrid.  Al Obispo que la ha servido desde el día 22 de Octubre de 1994 hasta hoy, aceptada por nuestro Santo Padre, el Papa Francisco, la renuncia que le había presentado al Papa Benedicto XVI el 21 de agosto del año 2011 a tenor del canon 401&1, correspondiendo al ruego que en éste se contiene, le sucederá dentro de pocos instantes un nuevo Obispo, nuestro querido hermano D. Carlos Osoro Sierra, hasta hace pocos días arzobispo de Valencia, quien, como enseñan el Concilio Vaticano II y la Echortación Postsinodal «Pastores Gregis» del Papa San Juan Pablo II, la presidirá en la caridad como su Padre, Pastor y Esposo. La Iglesia diocesana de Madrid ha vivido y caminado a lo largo de su joven historia siempre en la Comunión de la Iglesia. De esa experiencia y vivencia fiel de la Comunión en la Palabra del Señor, en sus Sacramentos, especialmente en el de la Santísima Eucaristía, y en el amor fraterno, derramado copiosamente entre los pobres, ¡los más necesitados de alma y de cuerpo!, ha brotado su afán apostólico y misionero y su plena identificación con la llamada de los últimos Papas y de nuestro Santo Padre, el Papa Francisco, a una nueva y gozosa Evangelización. Sigue leyendo

COMUNIÓN Y GRATITUD (Palabras de Mons. Herráez al final de la Eucaristía de despedida)

Querido Sr. Cardenal:

Acabamos de celebrar esta Eucaristía, que ha presidido usted acompañado por varios hermanos Obispos, el Presbiterio diocesano, Institutos de vida Consagrada, Asociaciones y movimientos apostólicos, fieles de las comunidades parroquiales, familiares y amigos, convocados todos para poner hoy ante el Señor la más sentida y honda acción de gracias.

Vivimos siempre la Eucaristía como misterio de comunión y fuente de misión. Y al hacerlo en esta ocasión hemos querido recapitular lo que ha sido su entrega e impulso evangelizador entre nosotros.

Cuando llegó a Madrid hace 20 años, nos traía una llamada que había alentado su ministerio, que resonaba en su corazón de pastor y era la leyenda grabada en su escudo episcopal : “In Ecclessiae communione “. Y desde la primera carta pastoral nos invitó a caminar con generosidad y audacia para eso, para “Evangelizar en la comunión de la Iglesia”.

La comunión en la Iglesia, antes de ser una tarea es don de Dios que recibimos y que se fortalece en la Eucaristía. El Espíritu Santo nos conduce al conocimiento de Jesucristo, que es la Verdad; nos une a Él como los sarmientos a la vid; nos hace   una misma cosa con Él; miembros de su cuerpo, diferentes pero trabados en una misma gracia, en una misma fe, en una misma misión.

Unidos en la Eucaristía al Enviado del Padre, quedamos convertidos también nosotros en enviados para anunciar el Evangelio. La comunión con la verdad que nos ilumina y nos libera, aviva en nosotros el deseo de comunicarla y nos lleva a la misión. Así nos lo recuerda usted en su última carta pastoral: “Comunión misionera, gozo del evangelio”.

            Comunión y misión, dos aspectos programáticos de su labor que, como respuesta fiel y agradecida, pedimos a Dios que queden acuñados en el corazón de la diócesis, en esta Eucaristía. Ahora, como signo de esta gratitud, queremos ofrecerle un cáliz y una patena. Nos gustaría que estos vasos sagrados le recordaran siempre nuestro reconocimiento por su entrega pastoral, a lo largo de estos veinte años, para conducirnos a la comunión con Jesucristo, desde donde nos llega persistente y comprometido el envío a anunciar el Evangelio. Llevan una sencilla grabación que expresa el agradecimiento de la comunidad diocesana. Al tiempo que repetimos la oración del salmo 115, “¿Como pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho? Alzaré la copa de la salvación invocando su nombre”. Qué Él le bendiga y que Ntra. Señora de la Almudena, patrona de nuestra Villa, guíe y acompañe siempre sus pasos por los caminos de la paz.

Homilía de la Misa Estacional en la despedida de la Archidiócesis de Madrid

HOMILIA del Emmo. y Rvdmo. D. Antonio Mª Rouco Varela

Cardenal-Arzobispo Administrador Apostólico de Madrid

Misa Estacional en la despedida de la Archidiócesis de Madrid

Catedral de La Almudena, Madrid, 11.X.2014; 12’00 h.

(Col 3, 12-17; Sal 112, 1-2. 3-4. 5-6; Jn 21, 15-19)

 

Mis queridos hermanos y hermanas en el Señor:

  1. La Eucaristía es el Sacramento de la Acción de Gracias a Dios Padre por su Hijo Jesucristo, ungido por el Espíritu Santo, que le ofrece su carne y su sangre por la salvación de los hombres. Es el sacrificio de la Cruz ¡Cruz Gloriosa!, que se hace actualidad salvadora para la Iglesia y en la Iglesia y, a través de ella, para el mundo: para todos y cada uno de los hijos de los hombres. En la Eucaristía, el Sacramento de nuestra fe, de cada domingo, de cada día, podemos celebrar con gratitud gozosa el don del amor infinitamente misericordioso que en ella se hace presencia viviente para nuestra santificación. En ella “Jesús nos enseña la verdad del amor, que es la esencia misma de Dios. Esta es la verdad evangélica, que interesa a cada hombre y a todo hombre”. La verdad de que “la libertad de Dios y la libertad del hombre se han encontrado definitivamente en su carne crucificada, en un pacto indisoluble y válido para siempre”, de que “también el pecado del hombre ha sido expiado una vez por todas por el Hijo de Dios” (Benedicto XVI, Sacramentum Caritatis, 2.9). Si siempre y en toda ocasión se puede y se debe participar en la celebración de la Eucaristía con la disponibilidad del alma para acoger –y acogerse– a esos beneficios del “Deus Trinitas, que en sí mismo es amor (que) se une plenamente a nuestra condición humana”, (Sacramentum Caritatis, 8), cuánto más ha de hacerse en momentos de la vida de la Iglesia y de la vida propia, en los que el amor del Padre, la gracia del Hijo y la comunión del Espíritu Santo se manifiestan tan palpablemente como en esta Eucaristía que estamos celebrando.
  1. El próximo día 22 del presente mes se cumplen veinte años del inicio de mi ministerio pastoral como Obispo, Sucesor de los Apóstoles, Padre y Pastor de esta querida ¡queridísima! Iglesia Diocesana de Madrid. No se puede olvidar –ni he querido olvidar– como San Agustín define el ministerio episcopal en su totalidad: como “amoris officium”. Ni tampoco quise ni quiero ignorar que el Obispo es y debe ser para la Iglesia que le ha sido confiada “signo vivo del Señor Jesús, Pastor y Esposo, Maestro y Pontífice de la Iglesia” (San Juan Pablo II, Pastores Gregis, 7.9). Venía de Santiago de Compostela en donde había ejercido el ministerio episcopal durante dieciocho años –siete como Obispo Auxiliar, uno como Administrados apostólico y diez como Arzobispo– con el alma marcada por el amor a la tradición jacobea, viva y pujante en aquella Iglesia venerable que guardaba celosamente con el Sepulcro y la memoria del Apóstol Santiago, el primer evangelizador de España, las raíces apostólicas de nuestra fe bimilenaria. El paso de San Juan Pablo II por la ciudad del Apóstol, al finalizar su primer viaje apostólico a España como “Testigo de Esperanza” el nueve de noviembre de 1982, invitando a la Europa de entonces, que buscaba caminos de unidad, a encontrarse de verdad a sí misma peregrinando de nuevo a Santiago, nos emplazaba inexcusablemente a evangelizar de nuevo –¡con nuevo ardor!– a los viejos pueblos y naciones de una Europa de raíces cristianas milenarias: ¡también a España, a nuestra querida España!. El horizonte europeo abierto a la nueva evangelización aquel atardecer memorable y emocionado de la Catedral Compostelana se ampliaría sin límites geográficos a todo el mundo en los días inolvidable de la IV Jornada Mundial de la Juventud de la tercera semana de agosto de 1989, a punto de caer –sin que lo supiéramos, ni pudiéramos sospecharlo– el Muro de Berlín: el llamado “Muro de la vergüenza”. El Papa convocaba a los jóvenes de aquella “inmensa riada juvenil nacida en las fuentes de todos los países de la Tierra” para que fuesen evangelizadores de sus propios compañeros y amigos diciéndoles: “¡No tengáis miedo a ser santos!”. Les había hablado con un entusiasmo contagioso de que en Cristo encontrarían el camino cierto y seguro para alcanzar la plenitud y el sentido de sus vidas: la verdad iluminadora, la verdadera vida que les permitiría vencer a todas esas fuerzas del mal que la amenazan con la muerte del alma y con la destrucción del cuerpo.
  1. No había otra alternativa para un Obispo, tocado hasta lo más hondo de su alma por la fuerza irradiadora de la persona y del mensaje de San Juan Pablo II, y que, además, quería responder en Madrid a la llamada del Señor en aquel momento crítico de la historia contemporánea de la Iglesia y del mundo, que la de promover incansablemente la evangelización en la comunión de la Iglesia, afirmada y vivida en su dimensión universal como “la Católica”, presidida por el Sucesor de Pedro. ¡No! No hay “pasión evangelizadora” que pueda nacer o nazca fuera de la Comunión de la Iglesia. Dicho de otro modo con palabras del Papa Francisco: no hay “Iglesia en salida” sino la vivimos y actuamos como “Comunidad evangelizadora” (Papa Francisco, Evangelii Gaudium, 20.22). Damos gracias a Dios por haber podido vivir en la Comunión de la Iglesia en estos veinte años de mi ministerio episcopal, ahondando y creciendo a la vez en la fidelidad a la Palabra del Señor, en la celebración digna y fructuosa de sus Misterios –especialmente, del Sacramento de la Eucaristía–, en el amor fraterno y en la íntima y fecunda unidad de todos los hijos e hijas de nuestra Iglesia diocesana, cada vez más conscientes y sensibles de la urgencia pastoral y apostólica de ser testigos e instrumentos del amor del Señor tanto para con los más débiles de la propia familia eclesial, como para los que no pertenecen a ella o se han situado al margen o, incluso, fuera de la misma. Sí, el Señor en estas últimas décadas nos ha permitido enriquecernos siempre más y más con el conocimiento y la vivencia de la verdad de que la Iglesia es algo más y más profundo que una sociedad o una comunidad de origen y de intereses meramente humanos: ¡de que es en primer lugar, y antes que cualquier otra cosa, un Misterio de Comunión en el amor del Padre, en la gracia del Hijo y en el don del Espíritu Santo! Y que, por ello, cuando “la Iglesia despierta en las almas” (Romano Guardini), se convierte en misionera y, consiguientemente, en evangelizadora.
  1. ¿Cómo no vamos a dar gracias a Dios fervorosamente por el dinamismo misionero desplegado por toda la comunidad diocesana de Madrid en estas tan apasionantes y apremiantes décadas como lo han sido las del final de un milenio y del inicio dramático y esperanzador, a la vez, del otro? El Evangelio de Jesucristo ha sido anunciado, proclamado, predicado y testificado incansablemente por sus sacerdotes, sus consagrados, sus consagradas y por sus fieles laicos, compartiendo humilde y generosamente carismas extraordinarios y realidades nuevas que el Señor ha ido repartiendo a lo largo y a lo ancho de la Iglesia después del Concilio Vaticano II. Ha sido celebrado en la Liturgia cada vez con mayor participación interior, con piedad y devoción sinceras, con un sentido cada vez más fino para que en la forma de su celebración resplandezca con mayor luminosidad la belleza salvadora del Misterio Pascual del Señor: de su muerte en la Cruz y de su Resurrección. Y ha sido transmitido en una catequesis y en una enseñanza que se ha querido cada vez más fiel a la Verdad y más cercana a niños y jóvenes. Evangelio que ha sido llevado a los pobres en todo ese doloroso e hiriente mundo de las viejas y de las nuevas pobrezas que “las crisis” se han encargado de agravar en sus efectos respecto a las facetas más personales de los golpeados por ella y de multiplicar sus repercusiones destructivas en la vida de los matrimonios y de las familias: ¡sus víctimas principales! Cáritas Diocesana, con la red de Cáritas parroquiales, cooperando con iniciativas variadas y cercanas a los que sufren, promovidas por comunidades de vida consagrada y por grupos y asociaciones de fieles laicos, ha ido aliviando y superando la pobreza y el dolor de muchos necesitados espiritual y materialmente. A la vez que en el apostolado seglar iba tomando cuerpo la llamada al compromiso cristiano en la vida pública, siendo “luz y sal” en los escenarios más diversos, complejos y decisivos en los que se desenvuelve actualmente la vida social política y cultural de Madrid, a fin de lograr una vertebración de la sociedad en la que primen la justicia, la solidaridad y la paz, es decir, el servicio al hombre. Un servicio que ha de dirigirse prioritariamente a la salvaguarda de su derecho a la vida desde que es concebido en el vientre de su madre hasta su muerte natural, a promover la vocación para contraer matrimonio a la medida de la verdad de Dios –es decir, como una comunidad una e indisoluble de vida y de amor fecundo en el fruto precioso de los hijos– y para poder construir así una verdadera familia.
  1. La Eucaristía es el Sacramento por excelencia de la Acción de Gracias a Dios; pero también la Plegaria en la que culminan todas nuestras pequeñas plegarias y en la que se sustenta el espíritu de la verdadera oración: ¡de la alabanza al Dios que nos ama y de petición de sus dones! ¿Cómo no vamos a pedirle hoy por el que va a ser dentro de pocas semanas quien va a recibir la plenitud canónica del ejercicio de la Sucesión Apostólica para ser el Obispo y Pastor de la Iglesia diocesana de Madrid, don Carlos Osoro Sierra? ¿Cómo no vamos a pedir por él, por los Obispos Auxiliares, por los sacerdotes, diáconos, seminaristas, consagrados y fieles laicos?: ¿por toda la comunidad diocesana? Para que “como elegidos de Dios, santos y amados”, vestidos “de la misericordia entrañable, bondad, humildad, dulzura, comprensión” sigan creciendo en el amor de Cristo “que es el ceñidor de la unidad consumada”, sobrellevándose y perdonándose, dejando que el perdón y la paz de Cristo actúen en sus corazones y así formando un solo cuerpo; y para que sigan acogiendo toda la riqueza de su palabra para pensar y obrar rectamente según la ley de Dios y de su Evangelio, de tal modo que todo “lo que de palabra o de obra realicéis, sea todo en nombre del Señor Jesucristo, dando gracias a Dios Padre por medio de él” (Cfr. Col 3,12-17). Sin olvidar lo que nos recordaba con bellas e incisivas palabras Benedicto XVI a los participantes del III Sínodo Diocesano de Madrid en la audiencia especial que nos concedió el 4 de julio de 2005: “En una sociedad sedienta de auténticos valores y que sufre tantas divisiones y fracturas, la comunidad de los creyentes ha de ser portadora de la luz del Evangelio, con la certeza de que la caridad es, ante todo, comunicación de la verdad”.
  1. No hace falta poseer ningún especial don de profecía para entrever que en el próximo futuro –el futuro de nuestra Patria, de nuestra Comunidad Autónoma y de nuestra Ciudad– se van a poner a prueba la firmeza y la claridad de nuestra fe en Cristo, el único Salvador del hombre, la fortaleza de nuestra esperanza y la voluntad del seguimiento y cumplimiento fiel del mandamiento evangélico del amor. No debemos arredrarnos ni retroceder en nuestra misión de ser testigos valientes de Jesucristo. Antes bien, habremos de avanzar en la experiencia de la unidad de mentes y corazones en el interior de la Iglesia Diocesana, en la experiencia de “la Comunión” que preside su Obispo, inseparable de “la Comunión Católica” que preside el Obispo de Roma, el Papa Francisco. Y, por supuesto, en esta difícil y compleja hora histórica habrá que orar, y orar mucho, por la Iglesia y sus Pastores, por los consagrados y las consagradas, por las familias, por los jóvenes y los niños… para que sepamos mantenernos como “la luz” y “la sal” de la nueva tierra, es decir, como testigos de la esperanza verdadera para todos los que sufren en el alma o en el cuerpo: para toda nuestra sociedad tantas veces vacilante, escéptica y deprimida. Que el Señor conceda a nuestra querida Archidiócesis de Madrid y a su nuevo Pastor la sabiduría de anunciar el Evangelio en el nuevo capítulo de su historia, que se abrirá el próximo 25 de octubre, con el impulso y el estilo espiritual y apostólico del “Evangelio de la Esperanza”: para sus hijos e hijas y para todos nuestros conciudadanos. De la esperanza que no defrauda.
  1. El fruto vendrá como en aquel amanecer del encuentro del Resucitado con sus discípulos del que nos habla el Evangelio de Juan en su último capítulo, cuando saliendo a pescar en la noche en el lago, no habiendo cogido nada, hicieron caso al Maestro que les dice “Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis”. Fiándose de su Señor, reconociéndolo y, sobre todo, amándolo, la pesca fue sobreabundante: la red acabó repleta de peces. El fruto vendrá, pues, si lo reconocemos y amamos como ellos: ¡como Pedro! Vendrá copiosamente si no tenemos miedo a que el Señor nos pregunte en esta encrucijada de la historia, en esta hora nueva de la Iglesia y del mundo, si le amamos “más que estos”, y a que nos pregunte tres veces; y, sobre todo, si no vacilamos en la respuesta sincera: “Sí, Señor, tú sabes que te quiero”. No nos entristezcamos al decírselo, aun cuando oigamos las palabras misteriosas dirigidas a Pedro como dirigidas a nosotros mismos: “cuando eras joven, tú mismo te ceñías e ibas adonde querías; pero, cuando seas viejo, extenderás las manos, otro te ceñirá y te llevará adonde no quieras”. ¡Oigámoslas con la alegría del corazón que sabe de quién vienen: de Aquél que ha dado la vida por nosotros!
  1. El fruto vendrá indefectiblemente si nuestra Acción de Gracias y nuestra Plegaria eucarística hoy y siempre la confiamos a la guía, al cuidado, al amor maternal de la Santísima Virgen, Madre de la Iglesia, Madre nuestra, Ella que, con su Sí inicia aquella apertura del corazón del hombre y de su libertad capaz de recibir el don de la Comunión de Dios Padre, del Hijo Jesucristo su Redentor, del Espíritu Santo su Consolador y Santificador. Ella, que es “la omnipotencia suplicante”. Ella, ¡la Virgen de La Almudena! Estamos seguros que para conseguirlo contamos con la entrega y la oración silenciosa de las comunidades de vida contemplativa que han sido y son verdaderamente el amor en el corazón de la Iglesia Diocesana de Madrid (Santa Teresa del Niño Jesús).

¡Bendito sea el nombre del Señor, ahora y por siempre!

Amén.

Carta del Sr. Cardenal Arzobispo E. de Madrid para la Jornada del DOMUND 2014

Carta del Sr. Cardenal Arzobispo E. de Madrid

para la Jornada del DOMUND 2014

Domingo 19 de octubre

 

“Renace la alegría”

Mis queridos diocesanos:

El domingo vigésimo noveno de este tiempo ordinario vamos a celebrar, un año más la Jornada Mundial de las Misiones. Jornada que el Santo Padre no ha dudado de calificar como una gran celebración de gracia y de alegría.

De gracia porque es el reconocimiento del don de Dios, el Espíritu Santo que llena los corazones de todos los que han oído la voz del Señor que les invita a ser sus testigos en un mundo que pareciera que cada día está más lejos de Dios. Sigue leyendo

Palabras finales del Sr. Cardenal-Arzobispo Emérito de Madrid, Administrador Apostólico En la ceremonia de beatificación de Mons. Álvaro del Portillo

PALABRAS FINALES del Emmo. y Rvdmo. Sr. Cardenal-Arzobispo Emérito de Madrid, Administrador Apostólico

En la ceremonia de beatificación de Mons. Álvaro del Portillo

Madrid, 27 de septiembre de 2014; 12,00h.

Al concluir esta solemne ceremonia de beatificación, doy gracias a Dios por cuantas maravillas ha hecho en la persona del beato Álvaro del Portillo y, a través de su fidelidad, en la de tantos hombres y mujeres de todo el mundo.

Mi gratitud se dirige también al Santo Padre Francisco, que quiso que la beatificación se celebrara en esta querida Archidiócesis de Madrid, pues me atrevería a decir que el beato del Portillo, nacido aquí, es particularmente nuestro, y que nos bendice especialmente desde el cielo: y porque tenías esas raíces profundas, pudo y supo ser ciudadano del mundo, de esos cinco continentes a donde viajó; maravillosamente representados en esta asamblea orante. Sigue leyendo

II Jornadas Sociales Católicas por Europa. Homilía del Cardenal-Arzobispo de Madrid Administrador Apostólico

HOMILIA del Emmo. y Rvdmo. D. Antonio Mª Rouco Varela

Cardenal-Arzobispo de Madrid

Administrador Apostólico

Catedral de La Almudena, Madrid, 21.IX.2014

(Is 55,6-9; Sal 144; Flp 1,20c-24.27ª.; Mt 20,1-16)

Mis queridos hermanos y hermanas en el Señor:

1. Al finalizar las II Jornadas Sociales Católicas Europeas nos sale del corazón dar gracias a Dios por todo los dones obtenidos en el transcurso de las casi cuatro días de reflexión y de debate, de oración y de amistad, sencilla y hondamente compartida. Jornadas vividas de verdad en la Comunión de la Iglesia, expresada de forma insuperable en la celebración diaria de la Eucaristía. Hoy la celebramos en esta Santa Iglesia Catedral de Ntra. Sra. de La Almudena, Iglesia madre de la Archidiócesis de Madrid, como el momento culminante de unos días inolvidables en los que la sabiduría y la ciencia, generosa y lúcidamente ofrecidas por hermanos nuestros, se han verificado y enriquecido con los testimonios de vida y los frutos de las vivencias pastorales y apostólicas de otros.  Sigue leyendo

COMUNIÓN MISIONERA, GOZO DEL EVANGELIO. Carta Pastoral de la Archidiócesis de Madrid Curso 2014-2015

Madrid, 15 de junio de 2014

                                                                                                               Dedicación de la Santa Iglesia Catedral

Mis queridos hermanos y amigos:

 

En el corazón de todo cristiano que es consciente del don inmenso que ha recibido -la fe de la Iglesia- brota el agradecimiento a Dios y a los hermanos como primer paso del camino. Por eso, a la hora de mirar hacia el Año Pastoral que nos aguarda, es necesario renovar en nosotros el agradecimiento de la fe: «la alegría evangelizadora siempre brilla sobre el trasfondo de la memoria agradecida» 1. Sigue leyendo

LA FE CRISTIANA Y EL FUTURO DE EUROPA

Mis queridos hermanos y amigos:

Con este título comienzan en Madrid en la tarde del próximo jueves, día 18 de septiembre, las II Jornadas Sociales Europeas, organizadas por el Consejo de las Conferencias Episcopales de Europa (“CECE”) y por la Comisión de los Episcopados de la Comunidad Europea (“COMECE”). El pasado de Europa, su pasado humano, social, político, cultural y espiritual, es inexplicable sin sus raíces cristianas. Más aún, la idea y la realidad misma de la Europa actual nace en un ambiente profundamente embebido de fe cristiana: el del “mundo carolingio” de finales del primer milenio de historia de la Iglesia que se reforma internamente y que anima poderosamente a  un renacimiento cristiano del ideal y de las estructuras del fenecido Imperio Romano de Occidente. Esa “alma” cristiana del renacer europeo se mantendrá viva con mayor o menor vigor y fecundidad histórica hasta nuestros días. Ni las grandes crisis producidas por las rupturas de la unidad de la Iglesia en los siglos once y dieciséis (la separación del Patriarcado de Constantinopla y la reforma protestante), ni el predominio cultural y político del laicismo en los últimos tres siglos de historia europea, dominados en una buena parte por “la Ilustración” racionalista, consiguieron difuminar del todo en los estilos de vida y en los comportamientos de los europeos la influencia de la visión cristiana del hombre y del mundo. Incluso, en el momento más crítico de la historia contemporánea de Europa, en el borde mismo de la posibilidad de su subsistencia histórica al finalizar la II Guerra Mundial, se recurre a ese patrimonio espiritual del pensamiento cristiano para escapar del abismo del ser o no ser e iniciar una reconstrucción material, económica y social sin precedentes a partir de una concepción cristiana del hombre, de la sociedad y de la comunidad política, de la que se había vuelto a tomar conciencia en los pueblos europeos salidos de la catástrofe, sobre todo, en Occidente. Así, en la década de los años cincuenta del pasado siglo se pusieron los fundamentos de la unidad económica, social y política de los Estados europeos bajo una influencia clarísima de la doctrina social de la Iglesia. Su ulterior evolución y crecimiento, que recobra un fuerte impulso con la caída del Muro de Berlín el 9 de noviembre de 1989, se va librando, por una parte, de las ideas totalitaristas, profundamente materialistas y ateas de la Europa soviética, pero cayendo, por otra, en una concepción de la libertad individual y social marcada por una visión del hombre (por una antropología) igualmente materialista y, al final, radicalmente relativista. Sigue leyendo

DAR GRACIAS A DIOS: en una hora nueva de la Archidiócesis de Madrid

Mis queridos hermanos y amigos:

Dar gracias a Dios es deber primero y fundamental del hombre en toda ocasión y en todo tiempo. En realidad la vida humana se logra cuando puede ser interpretada y realizada como una acción de gracias a Aquél de quien procede todo bien: bien natural y bien sobrenatural. Todo lo que existe sería nada sin el Dios Creador; el hombre sin Él, Creador y Redentor, se vería remitido a la perdición. En saber dar gracias a Dios Padre, que nos ha salvado por Jesucristo su Hijo –¡Hijo de Dios e Hijo de María!– en el amor infinito del Espíritu Santo, consiste la regla de oro para que nuestra vida en la peregrinación de este mundo sea cada vez más plena y más felizmente lograda: ¡verdadera senda de santidad! San Ignacio de Loyola la ha interpretado genialmente cuando en la última meditación de sus Ejercicios “para contemplar amor” invita a orar así a los que los practican: “Tomad Señor y recibid toda mi libertad, mi memoria, mi entendimiento y toda mi voluntad, todo mi haber y poseer. Vos me lo distéis, a Vos, Señor, lo torno. Todo es vuestro. Disponed de ello a toda vuestra voluntad. Dadme vuestro amor y gracia que ésta me basta”. Sigue leyendo